Bernardino Rivadavia y el Hospital que lleva su nombre
Bernardino Rivadavia fue el “hombre del porvenir”: palabras de Mitre. Estadista notable, visionario fantástico y ejecutivo audaz, poseyó el numen creativo que hace la transformación de los pueblo
s y los impulsa al progreso. Todo desde su cargo de ministro en la Provincia de Buenos Aires, primero, y de presidente de la Nación, después.
Atisbos de su pujante actividad ya se habían insinuado en un pasado no muy lejano. Durante las Invasiones Inglesas empuñó el fusil como teniente del Cuerpo de Gallegos. Durante el Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 votó por el cese del virrey. El primer Triunvirato lo contó al principio como secretario, y luego como vocal, redactando tres documentos básicos para la constitución de nuestro país: el Decreto sobre libertad de imprenta (26 de octubre de 1811), el Estatuto Provisional (22 de noviembre de 1811) y el Decreto sobre seguridad individual (23 de noviembre de 1811). Otro, del 14 de mayo de 1812, prohibió la introducción de esclavos, preludiando la magna decisión de la Asamblea del año XIII de proclamar la libertad de vientres.
En 1814 fue enviado a Europa por el Director Posadas, en misión diplomática, junto a Manuel Belgrano, para volver recién en 1821, luego de la anarquía del año precedente que culminaría con la asunción del general Martín Rodríguez a la gobernación de la provincia de Buenos Aires. Fue su ministro - secretario de Gobierno y como tal supo conjugar los principios del orden con los beneficios de la libertad, una difícil tarea que Rosas se encargaría de frustrar y Urquiza de restablecer.
Reeditando su eficiente actuación de los años 11 y 12, fundó en 1821 la Universidad de Buenos Aires, el Colegio de Ciencias Morales en 1822, y la Sociedad de Beneficencia en 1823.
Se incautó además, durante este año, del Hospital de Mujeres, predecesor – con actividad interrumpida – del actual Hospital Rivadavia. Esta institución había sido fundada, en 1774, por una cofradía religiosa de laicos llamada Hermandad de la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo, con sede en la “manzana de San Miguel” (Suipacha, Bartolomé Mitre, Esmeralda y Rivadavia). Ahí cabían la iglesia del arcángel, un orfelinato de niñas y el viejo Hospital, todos establecidos y mantenidos por la citada congregación.
¿Qué llevó al prócer a estatizar el Hospital y el Asilo? Inquisición difícil de responder. Según las consideraciones del respectivo decreto, el Gobierno había hallado en muy buenas condiciones a los dos establecimientos. ¿Qué sucedió entonces? ¿Cuáles fueron las verdaderas razones? Se dijo que la relación entre los integrantes de la corporación era tan disarmónica que se la apodaba jocosamente “la Hermandad de la discordia”. También se expresó que sus ricas pertenencias tentaron la codicia del Gobierno. Y, por supuesto, se habló de la antiquísima lucha entre los poderes espirituales y temporales (la lucha por el predominio del poder entre la autoridad civil y la eclesiástica, de agudas aristas durante la gestión de Rivadavia). Para el juicio de cada uno va la trascripción del decreto:
“Buenos Aires, 1° de julio de 1822.
“Los principios tan contrarios a la perfección social que han regido a los gobiernos que precedieron al establecimiento del sistema representativo; las malversaciones y bancarrotas, en que infrecuentemente incidía la imperfecta administración de hacienda que ellos sostenían a despecho de la experiencia; y la fuerza, tantas veces fatal de imitación de las comunidades de regulares, son las causas que más contribuyeron a dar origen a la hermandad llamada de la caridad, y a confiar a la administración de ella una masa de bienes de la propiedad pública que han aumentado la piedad y beneficencia de algunos ciudadanos, p0ara proveer a objetos de tanta importancia al servicio público, como un hospital de mujeres (sic), un colegio de huérfanas y otros accesorios. Resulta sin embargo un justo honor al vecindario de esta capital, de que a pesar de todas las imperfecciones que se hacen patentes en la institución de dicha hermandad y de que la administración de valores considerables que ella ha tenido a su cargo, sobre inmetódica ha permanecido sin garantía alguna, el gobierno ha tenido la satisfacción de hallar dichos establecimientos en mejor estado que el que podía esperarse. Mas los principios que rigen en el día; las ideas y las costumbres que ellos hacen suceder a las que antes, han dominado y sostenido instituciones que ya ni tienen base, ni objeto, no permiten continuar una confianza que sobre no estar en armonía con la organización que ha empezado a recibir el país, obliga a un empeño, que el aumento de la población hace cada día mayor; para precaver pues, males que deben temerse, y consultando el mejor orden y bien público, el gobierno ha acordado y decreta:
La hermandad llamada de la caridad cesa desde esta fecha en la administración de todos los bienes que ha tenido a su cargo.
Los bienes que expresa el artículo serán inventariados con expresión de su origen y destino, y quedan bajo las inmediatas órdenes del ministro secretario de hacienda.
El ministro secretario de hacienda proveerá á la conservación del valor de los expresados bienes con arreglo a lo prescripto en los artículos 11 y 12 del decreto 741.
El hospital de mujeres y el colegio de huérfanas quedan bajo las inmediatas órdenes del ministro secretario de gobierno.
El ministro secretario de gobierno nombrará una comisión que forme y le presente una minuta de reglamento para el régimen del hospital, y otra comisión para el mismo objeto correspondiente al colegio de huérfanas.
El 1° de diciembre de cada año serán presentados al ministro de gobierno los presupuestos de gastos para el año próximo de los dos establecimientos preindicados.
Los presupuestos que ordena el artículo anterior serán cubiertos por el ministerio de hacienda por los medios más convenientes a las atenciones del estado.
El templo llamado de S. Miguel será entregado al cargo y cuidado del cura de la parroquia, en cuya jurisdicción está situado.
En el expresado templo será establecida una ayuda de parroquia
El ministro secretario de gobierno queda encargado de la ejecución de este decreto que se insertará en el Registro Oficial.
RODRÍDUEZ -Bernardino Rivadavia”
De acuerdo a lo precedente, templo, colegio y hospital, que nacieron con esta secuencia, se vieron súbitamente escindidos.
La iglesia quedó a los cuidados eclesiásticos, y escuela-asilo y establecimiento de salud pasaron a la égida del gobierno provincial.
El administrador del Hospital, en ese año de 1822, el acaudalado comerciante don Francisco del Sar - miembro de la Cámara de Apelaciones, de otro lado - continuó en sus funciones y se hizo cargo por añadidura de la dirección del Colegio hasta que la Sociedad de Beneficencia (creada por Rivadavia en 1823) lo pidió a poco de creada, para “proceder a su arreglo” y ejercer su tutela.
Distinta suerte cupo al Hospital. Cuando en 1824 el Gobierno solicitó a las damas de Beneficencia que lo inspeccionaran, con la intención de que fueran ellas quienes lo administrasen, sólo consiguió (el 8 de agosto) una visita que dio al traste con las expectativas del ministro, ya que las “señoras” se excusaron de hacerlo en virtud de muchas otras tareas de caridad a su cargo. Sin embargo, la suerte de nuestra institución quedaría ligada a la Sociedad, desde la caída de Rosas en 1852, hasta el año 1946, en que el Poder Ejecutivo Nacional extinguiera su acción, al decretar su intervención, por razones políticas.
Volviendo al tema, cabe decir que las causas aducidas por el decreto arriba mencionado no terminaron por convencer a nadie. Situándome en la época de Rivadavia, pienso que primara un criterio de estabilidad y de protección respecto del nosocomio, en un momento que, como reacción al caos, todo debía preverse, controlarse y reglamentarse. De ser así la intención fuera encomiable.
Pero el país no estaba dispuesto ni a la cohesión ni al orden, y la libertad sería finalmente desterrada por los caudillos para entronizar el despotismo y promover la barbarie. La decisión de don Bernardino, de constituir una Nación, que se plasmaría recién en 1826 con la asunción de este civil al podio presidencial, contaba con el sustento anímico de muy pocos. Su posterior renuncia al cargo, demostraría la efímera concreción de la idea de los asambleístas del XIII de vivir “en unión y libertad” y de establecer una Nación de cara al porvenir.
A poco sobrevino la desintegración de la Patria, justificada con el término “federación” y Rivadavia marchó al exilio.
Del Sar siguió al frente del Hospital hasta que lo sustituyó un tal don Manuel Obligado. Restituido al cargo por el gobernador José Miguel Díaz Vélez - según Decreto de 2 de enero de 1829 -, renunció o “lo renunciaron” en 1832 sin conocerse las razones ni el texto de la dimisión.
Rosas nombró entonces a Juan Carlos Rosados, persona obsecuente por supuesto, pero de notoria preocupación por el Hospital. A su empeño se debió que cuando el “Restaurador” le quitó a la institución el subsidio de $ 5.000 - aduciendo la pobreza que ocasionaba el bloqueo francés - la Casa continuara abierta y sirviendo a la población.
La crítica al afán centralizador de Rivadavia decae bastante sin embargo, al enterarnos que en 1823 pasó una nota al Administrador, dando cuenta de su intención que el Hospital fuera regido por particulares, adjuntándole a del Sar normas de licitación pública a tal fin, al par que le ordenaba hacer el cálculo diario y anual de gastos por enferma, en todo concepto.
Del Sar era tan eficiente y puntilloso en sus anotaciones que envió el informe pedido la misma jornada en que fuera solicitado (19 de diciembre) dando cuenta que se gastaban 2,25 reales por enferma y por día, ó sea 9 pesos al mes y “como son setenta enfermas las que componen el Hospital (sic), toca seiscientos treinta pesos mensuales, lo q.e es necesario gastar cada mes en el sostén de este Establecim.to, previendo q.e las personas de distinción , y todo inapetente tienen libertad de pedir lo q.e gusten, y permita el Médico, como vino, chocolate, café, Biscochos, aves, frutas, etc.”
Las cuatro propuestas, enviadas a la Superioridad el 30 de diciembre, fueron rechazadas al día siguiente, desde que exigían un presupuesto mayor que el vigente.
Ellas eran:
a) la de José Rodríguez y Antonio Díaz que solicitaban 3,80 r.s por enferma y por día;
b) la de Tomás Whufield , de 3,40 r.s ;
c) la de Enrique Jenkison, de 4 r.s ;
d) la de Manuel de Irigoyen, de 3,50 r.s.
El Gobierno expidió entonces la siguiente resolución:
“B.s Ay.s, 31 de Dic.e de 1823.
“Resultando de la demostración presentada por el encargado del Hospital de mugeres (sic) q.e las cuatro propuestas hechas para la provisión de todo el servicio de él, lejos de ofrecer economía en los gastos, las más ventajosa de ellas, aumentaría los que en día se emprenden, rindiendo al mismo tiempo menor servicio; y siendo satisfactorio al Gob.no el conocimiento que ha adquirido de la situación actual y buena administración del referido Hospital, p.r el selo y espíritu benéfico que ha acreditado y promete continuar dicho encargado, no ha lugar á propuesta alguna de la hechas, y el establecimiento nominado seguirá bajo la administración en que se halla con sugeción (sic) al Reglamento que se dará oportunamente; y se ordena que p.a últimos del mes de En.o próximo p.a acordar el número de Salas q.e la necesidad pública exige, y la reparación de defectos q.e se hacen notables en el edificio, á cuyo efecto se ordenará al dep. de Ingenieros el q..e pase anticipadam.te a reconocer el indicado edificio p.a que tenga arreglado al tiempo de la visita el plan más conveniente según lo expresado. Al transcrivir (sic) esta resolución al encargado del Hospital se le hará la expresión justa del reconocimiento q.e el Gob.no le profesa p.r sus servicios; y en el resumen del Registro Estadístico del año actual se hará una exposición demostrativa de lo que p este expediente resulta en recomendación del establecimiento indicado."
En el hospital ya provincializado se desempeñaban los doctores Juan Antonio Fernández (clínico) y Mariano Vico (cirujano). El primero era titular de la Cátedra de Patología y Clínica Médica, que tenía su sede en éste. La tarea asistencial de Fernández sería suplida (en 1829) por el profesor Matías Rivero, cuando la Cátedra se mudó al Hospital General de Hombres por ocasionar “grandes perjuicios en el servicio y orden moral del establecimiento”, siendo que, “por el contrario el trasladar aquella cátedra al hospital general de hombres produciría mayores ventajas a la enseñanza; pese a que él es el punto céntrico de la escuela de medicina, y donde con propiedad puede darse la instrucción práctica de esta ciencia”.
El boticario de 1822 era Antonio Ortiz Alcalde, que había sido ya contratado entre los años 1804 y 1810, el capellán de 1822 se llamaba Ignacio Acosta, reemplazado a su muerte - en 1825 - por Francisco Narciso Agote. Hacia 1826 Francisco Bustamante hacía de sangrador, profesional muy apreciado desde antiguo.
En 1822 el nosocomio constaba de tres salas principales, y de otra pequeña en cuyo interior había una botica. También existían unas piezas destinadas a las actividades burocráticas.
Hacia 1825 el piso de tierra comenzó a embaldosarse.
El Estado hizo construir además “una sala nueva de 32 varas de largo con 20 camas, una capilla y varias oficinas”.
La gente de color y las esclavas eran acogidas en una sala especial “a fin de conseguir el mayor aseo y no confundir a las personas”.
Había enfermeras y sirvientas, cuya proporción variaba en relación a las camas ocupadas. También existían portera, lavandera, cocineras, ayudantas de cocina, despenseras, mandadero, ropera, colchoneras etc., no faltando un ecónomo que subvenía a los gastos menores. Todos bajo las órdenes de una Rectora.
Las visitas tenían lugar los jueves y domingos. Los hombres sólo podían hacerlo munidos de una orden de ésta o del Administrador, a condición de su parentesco con las internadas.
Cabe repetir, para finalizar, que la Sociedad de Beneficencia se hizo cargo del Hospital al ser restablecida, después de Caseros, y que se desempeñó siempre de manera brillante.
Recién cuando el nosocomio se trasladó a Palermo, en 1887, agregó a su nombre de “Hospital General de Mujeres” el de su laico patrono, el señor Rivadavia.
Luego se lo nombró Hospital Rivadavia a secas, para abreviar, lo que resultó útil porque al ingresar los hombres y se hizo mixto (a partir de 1946), no fue preciso cambiar el título.
Denominaciones posteriores como “CAMI - Rivadavia Peralta Ramos” (CAMI: Centro de Atención Médica Integral) y “UAMI - Rivadavia - Peralta Ramos (UAMI: Unidad de Atención Médica Integral), ocurridas en 1968 y 1970 respectivamente, fueron poco felices y aceptadas a regañadientes por los integrantes de la Casa. Desde 1978 devino oficialmente “Hospital Nacional Bernardino Rivadavia”, y “Municipal” -en vez de “Nacional”- desde junio de 1992.
Por la probada dedicación del prócer a la institución, así como por haber sido el fundador de la Sociedad de Beneficencia de la Capital, esa ilustre entidad que rigió al Hospital durante 94 años, el nombre de RIVADAVIA debe lucir estampado por siempre en nuestro frontispicio, para ejemplo de los argentinos y de los que nos conocen allende nuestras fronteras.
(Tomado de la Revista Médico-Quirúrgica de la Asociación Médica del Hospital Rivadavia, Año XXXVIII, N° 114, Buenos Aires, junio de 1995)